Adoraba
esa forma que tenía de mirarme, como si me estuviera diciendo todo
lo que sentía por mí sin decir ni una palabra, sin abrir la boca,
simplemente posando sus ojos en mí. Siempre me decía cuánto me
quería pero, incluso cuando no lo hacía, yo lo sabía. Era tan
dulce conmigo... Pero ahora no quería eso. No quería dulzura, no
quería ternura ni amor. Lo tenía ahí, sentado a mi lado, mirándome
y hablando de cosas banales, y no podía dejar de pensar en la
posibilidad de que me llevara a los servicios del local y me
arrinconara contra la pared, que me besara apasionadamente y lo
hiciéramos allí mismo, mientras afuera el bar estaba plagado de
gente.
Pero
eso no iba a pasar nunca, se pondría demasiado incómodo pensando
que alguien pudiese suponer lo que iríamos a hacer mientras vamos
hacia el servicio, o adivinar lo que hemos hecho una vez saliéramos.
Así que si quería dar rienda suelta a mi fantasía, tendría que
ser yo la que diera el primer paso.
Al
principio pensé en lo típico: acercarme más a él, miradas
juguetonas, alguna caricia... pero sabía que terminaría por
imaginarse lo que quería y se negaría a hacer nada allí. Decidí
ser más astuta y pedirle que me acompañara hasta la puerta del
servicio porque me estaba empezando a marear y no me encontraba bien.
Él,
preocupado por un malestar tan repentino, accedió a acompañarme y,
una vez allí, abrí la puerta y lo empujé hacia adentro. Cerré la
puerta, eché el pestillo y me giré para ver cuál era su reacción.
Parecía que intentaba asimilar lo que había pasado, pero no estaba
enfadado así que continué. Con una mirada picantona fui acercándome
a él, despacio, mientras me quitaba la camiseta. Me sonrió y me
dijo que estaba loca, entonces rodeé su cuello con mis brazos y lo
besé dulcemente.
-
Quiero hacerlo aquí -le dije susurrándole al oído. Vi las dudas
reflejadas en su cara, sus ojos perdidos en un punto concreto en el
vacío. Me embargó la desilusión, podía continuar intentándolo
pero lo conocía perfectamente como para saber que desde el segundo
uno en el que decidí dar rienda suelta a mi fantasía, se negaría,
así que recogí mi camiseta del suelo, me la puse y me dirigí a la
puerta.
¿Por
qué lo he intentado, entonces? Porque lo amo. Porque a pesar de los
años, me sigue atrayendo y volviendo loca como el primer día. Y sé
que el momento en el que deje de intentarlo, todo habrá
terminado...
***
-
Quiero hacerlo aquí -me dijo susurrándome al oído. Me bloqueé por
completo, no supe qué hacer ni qué decir.
Siempre
reaccionaba así cuando ella se me insinuaba en lugares públicos,
pero es que realmente es algo que no me llama nada la atención, no
me excita ni me da el morbo que parece darle a todo el mundo el hecho
de que te puedan pillar in
fraganti.
Pero tenía miedo de que llegara un día en que ella se acostumbrara
a que me aparte o le diga siempre que no, y no podría culparle si
dejaba de intentarlo. Además era Ella. La mujer que me conquistó
con esa sonrisa dulce y traviesa, con esa forma de mirarme, adorable
y misteriosa, encantadora y penetrante, tan infantil y “para
adultos” a la vez. Le bastaba con acercarse y susurrarme algo al
oído para excitarme.
Y
la tenía ahí delante, de espaldas poniéndose la camiseta que había
recogido del suelo, y bastó esa imagen para olvidar el hilo de mis
pensamientos. Me volvía loco su cuerpo, cada centímetro de su
piel... tan suave, su culo perfecto, sus piernas.
Me
acerqué a ella, posé mis manos en su cintura para que se diera la
vuelta despacio y la abracé. El bulto en mi entrepierna cada vez era
mayor, la deseaba y quería darle lo que sabía que ella también
deseaba. Levantó la cabeza y me miró sorprendida. La abracé con
más fuerza, pegando sus caderas a la mía, y la besé
apasionadamente. La mezcla de sensaciones entre la excitación y el
miedo a ser descubiertos, me ponía cada vez más nervioso y sólo
podía pensar en sentir sus piernas rodeándome. Bajé mis manos
hasta sus piernas, metiéndolas por debajo de su falda hasta su culo.
La alcé y la cogí en brazos para dejarla sobre el lavabo. No podía
dejar de besarla y la presión de nuestras caderas me volvía loco.
Deshice nuestro abrazo y, sin dejar de mirarle a los ojos, vi cómo
me observaba atónita mientras yo bajaba y me ponía de rodillas en
el suelo. Aparté sus braguitas y la besé. Apoyó sus manos en el
lavabo y se deslizó un poco hacia delante, invitándome a empezar a
jugar.
Se
estremeció al sentir el primer roce de la punta de mi lengua en su
clítoris. Adoraba su olor y disfrutaba tanto con su sabor, y notando
cómo esos pequeños espasmos eran cada vez más intensos, comenzó a
dolerme la presión de mi pene en los vaqueros. Me cogió la cabeza
con las manos y enredó mi pelo entre sus dedos, pidiéndome más,
rogándome que no me detuviera. Noté que se estaba acercando
rápidamente el final y por un segundo sentí alivio, pensé que
había sido perfecto, que no habíamos estado mucho tiempo encerrados
ahí dentro y que, con un poco de suerte, nadie se habría dado
cuenta de nada y saldríamos tranquilos del servicio para volver a
nuestra mesa en el bar. Pero la deseaba y necesitaba sentir más. De
mi garganta surgió un gemido y me aparté de ella, para acto seguido
levantarme, desabrocharme los vaqueros, sacarla y penetrarla. Sentí
la mezcla de emociones que la invadían: frustración por no haber
terminado, un leve cabreo porque yo era el responsable de eso,
sorpresa porque no se esperaba lo que hice, y alegría porque el
motivo de que hubiera parado no tenía nada que ver con que yo
quisiera salir de allí.
De
algún modo, saber que no dejaba de estar sorprendida por cómo me
estaba comportando, me hacía sentir bien y me ponía todavía más
duro. Levanté aún más sus caderas para hundirme más en ella y
jadeó al tiempo que me agarraba de las nalgas y me atraía para sí.
Las embestidas eran cada vez más rápidas y crueles; ambos estábamos
casi en el límite.
***
Me
sentía explotar de excitación. Nunca se había comportado así,
fuera de casa era mimoso y tierno, sí, pero no apasionado y sexual,
y desde luego siempre me había hecho ver que rechazaba la idea de
hacer realidad esta fantasía mía. Y ahora lo tenía aquí, no sólo
haciéndolo sino también disfrutando.
Levantó
aún más mis caderas y noté cómo su pene se hundía más en mí.
Me encantaba sentirlo tan duro dentro. Cada vez que salía y entraba
de nuevo, se aceleraban mis espasmos y mis gemidos eran tan
escandalosos que tuvo que taparme la boca con la mano. Ese gesto hizo
que no pudiera aguantarlo más y entre jadeos ahogados, me corrí.
Él
sonría mientras exhalaba aire, fatigado por la brusquedad de sus
movimientos, pero no se detuvo. Posé mis manos en su pecho y empecé
a separarlo de mí; sus embestidas eran cada vez más débiles y me
miró sin comprender, hasta que salió de dentro de mí. Yo me bajé
del lavabo y fui a ponerme mi camiseta. Entonces me dirigí a la
puerta y abrí el pestillo.
Nervioso,
se la metió otra vez dentro de los pantalones y me miró como
queriéndome preguntar qué pasaba, sin entender nada. Abrí la
puerta y salimos.
-
¿Y ahora qué hacemos?-dijo.
-
No sé... ¿Te apetece tomar algo en otro sitio?
Le
lancé una mirada juguetona y ambos estallamos en carcajadas. Me
abrazó y salimos del bar.
-
Eres un bicho travieso.
-
TE AMO.
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