sábado, 17 de mayo de 2014

Quiero hacerlo aquí


           Adoraba esa forma que tenía de mirarme, como si me estuviera diciendo todo lo que sentía por mí sin decir ni una palabra, sin abrir la boca, simplemente posando sus ojos en mí. Siempre me decía cuánto me quería pero, incluso cuando no lo hacía, yo lo sabía. Era tan dulce conmigo... Pero ahora no quería eso. No quería dulzura, no quería ternura ni amor. Lo tenía ahí, sentado a mi lado, mirándome y hablando de cosas banales, y no podía dejar de pensar en la posibilidad de que me llevara a los servicios del local y me arrinconara contra la pared, que me besara apasionadamente y lo hiciéramos allí mismo, mientras afuera el bar estaba plagado de gente.
Pero eso no iba a pasar nunca, se pondría demasiado incómodo pensando que alguien pudiese suponer lo que iríamos a hacer mientras vamos hacia el servicio, o adivinar lo que hemos hecho una vez saliéramos. Así que si quería dar rienda suelta a mi fantasía, tendría que ser yo la que diera el primer paso.
Al principio pensé en lo típico: acercarme más a él, miradas juguetonas, alguna caricia... pero sabía que terminaría por imaginarse lo que quería y se negaría a hacer nada allí. Decidí ser más astuta y pedirle que me acompañara hasta la puerta del servicio porque me estaba empezando a marear y no me encontraba bien.
Él, preocupado por un malestar tan repentino, accedió a acompañarme y, una vez allí, abrí la puerta y lo empujé hacia adentro. Cerré la puerta, eché el pestillo y me giré para ver cuál era su reacción. Parecía que intentaba asimilar lo que había pasado, pero no estaba enfadado así que continué. Con una mirada picantona fui acercándome a él, despacio, mientras me quitaba la camiseta. Me sonrió y me dijo que estaba loca, entonces rodeé su cuello con mis brazos y lo besé dulcemente.
- Quiero hacerlo aquí -le dije susurrándole al oído. Vi las dudas reflejadas en su cara, sus ojos perdidos en un punto concreto en el vacío. Me embargó la desilusión, podía continuar intentándolo pero lo conocía perfectamente como para saber que desde el segundo uno en el que decidí dar rienda suelta a mi fantasía, se negaría, así que recogí mi camiseta del suelo, me la puse y me dirigí a la puerta.
¿Por qué lo he intentado, entonces? Porque lo amo. Porque a pesar de los años, me sigue atrayendo y volviendo loca como el primer día. Y sé que el momento en el que deje de intentarlo, todo habrá terminado...
                                                                   ***
- Quiero hacerlo aquí -me dijo susurrándome al oído. Me bloqueé por completo, no supe qué hacer ni qué decir.

Siempre reaccionaba así cuando ella se me insinuaba en lugares públicos, pero es que realmente es algo que no me llama nada la atención, no me excita ni me da el morbo que parece darle a todo el mundo el hecho de que te puedan pillar in fraganti. Pero tenía miedo de que llegara un día en que ella se acostumbrara a que me aparte o le diga siempre que no, y no podría culparle si dejaba de intentarlo. Además era Ella. La mujer que me conquistó con esa sonrisa dulce y traviesa, con esa forma de mirarme, adorable y misteriosa, encantadora y penetrante, tan infantil y “para adultos” a la vez. Le bastaba con acercarse y susurrarme algo al oído para excitarme.

Y la tenía ahí delante, de espaldas poniéndose la camiseta que había recogido del suelo, y bastó esa imagen para olvidar el hilo de mis pensamientos. Me volvía loco su cuerpo, cada centímetro de su piel... tan suave, su culo perfecto, sus piernas.

Me acerqué a ella, posé mis manos en su cintura para que se diera la vuelta despacio y la abracé. El bulto en mi entrepierna cada vez era mayor, la deseaba y quería darle lo que sabía que ella también deseaba. Levantó la cabeza y me miró sorprendida. La abracé con más fuerza, pegando sus caderas a la mía, y la besé apasionadamente. La mezcla de sensaciones entre la excitación y el miedo a ser descubiertos, me ponía cada vez más nervioso y sólo podía pensar en sentir sus piernas rodeándome. Bajé mis manos hasta sus piernas, metiéndolas por debajo de su falda hasta su culo. La alcé y la cogí en brazos para dejarla sobre el lavabo. No podía dejar de besarla y la presión de nuestras caderas me volvía loco. Deshice nuestro abrazo y, sin dejar de mirarle a los ojos, vi cómo me observaba atónita mientras yo bajaba y me ponía de rodillas en el suelo. Aparté sus braguitas y la besé. Apoyó sus manos en el lavabo y se deslizó un poco hacia delante, invitándome a empezar a jugar.

Se estremeció al sentir el primer roce de la punta de mi lengua en su clítoris. Adoraba su olor y disfrutaba tanto con su sabor, y notando cómo esos pequeños espasmos eran cada vez más intensos, comenzó a dolerme la presión de mi pene en los vaqueros. Me cogió la cabeza con las manos y enredó mi pelo entre sus dedos, pidiéndome más, rogándome que no me detuviera. Noté que se estaba acercando rápidamente el final y por un segundo sentí alivio, pensé que había sido perfecto, que no habíamos estado mucho tiempo encerrados ahí dentro y que, con un poco de suerte, nadie se habría dado cuenta de nada y saldríamos tranquilos del servicio para volver a nuestra mesa en el bar. Pero la deseaba y necesitaba sentir más. De mi garganta surgió un gemido y me aparté de ella, para acto seguido levantarme, desabrocharme los vaqueros, sacarla y penetrarla. Sentí la mezcla de emociones que la invadían: frustración por no haber terminado, un leve cabreo porque yo era el responsable de eso, sorpresa porque no se esperaba lo que hice, y alegría porque el motivo de que hubiera parado no tenía nada que ver con que yo quisiera salir de allí.

De algún modo, saber que no dejaba de estar sorprendida por cómo me estaba comportando, me hacía sentir bien y me ponía todavía más duro. Levanté aún más sus caderas para hundirme más en ella y jadeó al tiempo que me agarraba de las nalgas y me atraía para sí. Las embestidas eran cada vez más rápidas y crueles; ambos estábamos casi en el límite.

                                                                     ***

Me sentía explotar de excitación. Nunca se había comportado así, fuera de casa era mimoso y tierno, sí, pero no apasionado y sexual, y desde luego siempre me había hecho ver que rechazaba la idea de hacer realidad esta fantasía mía. Y ahora lo tenía aquí, no sólo haciéndolo sino también disfrutando.

Levantó aún más mis caderas y noté cómo su pene se hundía más en mí. Me encantaba sentirlo tan duro dentro. Cada vez que salía y entraba de nuevo, se aceleraban mis espasmos y mis gemidos eran tan escandalosos que tuvo que taparme la boca con la mano. Ese gesto hizo que no pudiera aguantarlo más y entre jadeos ahogados, me corrí.

Él sonría mientras exhalaba aire, fatigado por la brusquedad de sus movimientos, pero no se detuvo. Posé mis manos en su pecho y empecé a separarlo de mí; sus embestidas eran cada vez más débiles y me miró sin comprender, hasta que salió de dentro de mí. Yo me bajé del lavabo y fui a ponerme mi camiseta. Entonces me dirigí a la puerta y abrí el pestillo.

Nervioso, se la metió otra vez dentro de los pantalones y me miró como queriéndome preguntar qué pasaba, sin entender nada. Abrí la puerta y salimos.

- ¿Y ahora qué hacemos?-dijo.
- No sé... ¿Te apetece tomar algo en otro sitio?

Le lancé una mirada juguetona y ambos estallamos en carcajadas. Me abrazó y salimos del bar.

- Eres un bicho travieso.

- TE AMO.