domingo, 1 de febrero de 2015

Furry Party

- No sé por qué me he dejado convencer para hacer esto. Es ridículo.
+ Oh, por favor, ¿vas a seguir quejándote mucho rato más? Piensa que lo hacemos por amistad, sabes perfectamente lo que esto significa para Guille y cuánto tiempo lleva esperándolo. Le prometimos que estaríamos con él llegado el momento. Además, vas a tener barra libre toda la noche, ¿cuándo no te ha motivado eso a ti, sr. ardillita?
- No te burles de mí, ¿quieres? Jodido disfraz, ¡me pica todo!- se quejaba mientras intentaba rascarse el trasero, resultando totalmente ineficaz pero muy divertido para todo aquel que lo viera. Alma intentó disimular su risa pero, incapaz de contenerse, terminó estallando en carcajadas.
- Al menos yo no soy una perra - dijo K realmente molesto por tener que aguantar la actitud de su amiga después de haberlo obligado a asistir a esa fiesta de frikis peludos.
Ella respondió a su comentario con un empujón, indignada por la connotación que éste le había dado a su disfraz. Durante un segundo se sintió ingenua al no haber previsto este tipo de respuesta por parte de los demás al ver cómo iba vestida, pero decidió no darle importancia; estaba allí por su amigo, por apoyarlo, por estar con él en algo que tanto había ansiado y que, a la vez, tan inseguro le hacía sentir. Pero para ser sincera consigo misma, debía reconocer que todo este asunto le hacía sentir curiosa y excitada; le encantaba acumular experiencias nuevas y, aunque ésta no era una fantasía propia, se había convertido en algo que realmente tenía ganas de probar.
* ¿Qué estáis cuchicheando por ahí detrás? - preguntó Guille, que llevaba todo el camino adelantado, ansioso por llegar a la casa donde se hacía la fiesta, pero ahora que se veía a apenas unos metros de distancia, había aminorado el paso, nervioso.
Entonces, K se quitó la enorme cabeza de su disfraz de Alvin y se detuvo, cabreado.
- ¿No podías tener fantasías normales como todo el mundo? No sé... hacerlo en la playa por la noche o un baño de espuma con velas por ahí... cosas fáciles, cosas de gente normal - dijo, recalcando las dos últimas palabras.
+ ¿Playa? ¿Velas? Uy, uy, uy, que me parece a mí que nuestro amiguito es un romántico empedernido... - Alma y Guille se rieron y K no pudo sino soltar un gruñido y continuar la marcha.
Después de caminar un par de minutos sin que ninguno dijera nada, K no pudo soportarlo y tuvo que romper el silencio.
- Bueno... entonces, ¿cómo va esto?
* Hm... Básicamente... es algo así como una reunión de gente aficionada a la ficción de animales antropomórficos o dotados de habilidades o capacidades humanas.. Tampoco es nada raro, tú mismo veías Pokemon cuando eras niño, por ejemplo.
- Me parece que la clave es ése "cuando era niño".
+ Bueno, hay gente adulta que es fan del género manga y anime. No es tan extraño, en ese sentido.
- Entonces, básicamente... vamos a estar rodeados toda la noche de un montón de inadaptados inmaduros que se masturban con dibujitos que veíamos de pequeños. No sé si estoy preparado para ver a Pikachu en esas circunstancias- comentó K, irónico-. Joder, ¿os imagináis cómo comenzó esta mierda? Algún pervertido se empalmaría viendo a Chewbacca en Star Wars.
+ ¡Cállate ya! -le respondió ella malhumorada, sin poder dejar de mirar de reojo la reacción de Guille ante la intolerancia y los chistes malos de su amigo. Realmente no parecía estar prestándole mucha atención; caminaba mirando al suelo, nervioso.
Por fin, llegaron a la casa que correspondía con la dirección que tenían apuntada y, ya en la puerta, los tres se miraron pensando que nada iba a ser como se habían imaginado. No tenía pinta de reunión de amigos "pervertidos" aficionados a "dibujitos"; de hecho, desde la puerta entreabierta, se podía oír ya la música a todo volumen y los ruidos típicos de una fiesta desmadrada.
+ Si esperabas algo más tranquilo y con menos gente...-comentó Alma intentando vislumbrar algún tipo de desilusión en la cara de Guille, sin encontrar nada.
* ¿Estás loca? ¡Esto supera todas mis expectativas!- gritó, para hacerse oír por encima de la música, mientras abría la puerta- ¡Nos vemos por ahí!- y desapareció entre la multitud.
Alma y K se vieron a ellos mismos quietos en la entrada, intentando asimilar cada imagen que captaban sus retinas, sin saber muy bien qué hacer ni hacia dónde dirigirse.
- Nos hemos quedado solos.
+ No tengas miedo, ardillita. Piensa que es una fiesta de disfraces, sin más -dijo ella, sonriéndole, mientras se alejaba de él.
 ***
El salón daba vueltas alrededor de Guille, mientras el ruido ensordecedor de las risas y la música lo excitaban cada vez más. Por fin estaba allí; haría realidad su fantasía o no, pero estaba decidido a pasárselo bien y disfrutar esa noche al máximo. Entonces, algo rompió su momento de éxtasis. Una puerta de cristal. La puerta que daba a la piscina. Allí fuera las canciones se oían apagadas por el sonido de unos gritos. Unos gritos que parecían atraerlo hacia allí. Fue.
Sintió como si todo aquel ruido y olor a sexo le dieran un bofetón en plena cara, y decidió que quería formar parte de aquello, estaba preparado y lo deseaba. Observó curioso la cantidad de personajes de los Looney Tunes que charlaban y danzaban por el césped o todos los animales que habían ido perdiendo sus atributos haciéndolos parecer cada vez más humanos o, en su defecto, algo raro, alguna especie nueva no descubierta. Cuanto más se paseaba se topaba con escenas cada vez más extrañas: Tom apoyado en la pared intentando seducir a Jerry, Roger Rabbit borracho manteniendo una conversación acalorada con un perro (hecho que no sería tan curioso sino fuera porque se trataba de uno de verdad), un minotauro masturbándose mirando cómo lo que parecía un hombre-lobo se lo montaba en el borde de la piscina con una chica, que sin duda había perdido por completo su disfraz.
Se detuvo frente a lo que parecía un escenario improvisado con un par de mesas, donde dos chicos semi-desnudos trataban de deleitar a todos con una especie de striptease bastante torpe, posiblemente debido a la cantidad de alcohol que habrían bebido.
- Jon y Marcos- dijo un desconocido a su izquierda.
* ¿Disculpa?
- Estos dos- comentó señalando con la cabeza a los “strippers”- Jon y Marcos. En todas las fiestas terminan haciendo lo mismo.
* Es excitante.. aunque cómico- dijo Guille, sin poder evitar esbozar media sonrisa.
- Es ridículo- respondió su nuevo amigo. Guille le lanzó una mirada inquisitiva, le estaba pareciendo el típico personaje aburrido que acaba por arruinar las fiestas; en cambio, al mirarlo de arriba abajo y analizarlo con más calma, decidió que su acompañante era una persona de lo más original, inteligente y seguro de sí mismo. No había elegido el típico personaje facilón de dibujos animados infantiles, y desde luego se había trabajado el disfraz, no lo había comprado en la típica tienda, había cuidado los detalles uno por uno. Y miraba a los demás crítico, daba la impresión de que sabía cosas que los demás ignoraban; estaba totalmente desencantado con la fiesta y con la gente que lo rodeaba.
- La gente ha visto demasiadas pelis de American Pie- concluyó al echar una ojeada a su alrededor.
Guille miró y vio personas (o animales o cosas) bebiendo todo lo que podían y más, gritando y bailando de manera desenfrenada, practicando sexo en todos los rincones, sobre cualquier superficie, sin pudores, daba igual cuántas personas se acercaban a mirar.
* Es excitante- comentó apenas en un susurro, repitiéndose y avergonzado por lo que pudiera pensar de él la persona que tenía al lado.
- Es una fiesta normal, de desfase típico de cine americano. Nada tiene que ver con el furry fandom. Hay música a toda hostia, alcohol y probablemente otras drogas, la gente folla y punto, no hay más. Están a medio vestir... menos ése, ése va desnudo- dijo, siguiendo con la mirada a un chico que se había cruzado con ellos corriendo.- Fíjate en los disfraces, la mayoría están en el suelo o nadando en la piscina. Estas personas sólo quieren juerga y sexo. Furro significa otra cosa. Yo ahora mismo no soy Raúl, soy Anubis. ¿Lo entiendes..? Hm... ¿qué eres tú?
* Un... oso- contestó ruborizado, mientras Anubis lo observaba de arriba abajo.
- Vuelve a ponerte la cabeza de tu disfraz. Y sígueme- ordenó mientras daba media vuelta y se alejaba.
Entraron en la primera habitación que encontraron y, una vez dentro, Guille fue inmovilizado bruscamente cara a la pared. No sabía qué pensar, con una mezcla de emociones que oscilaban entre la excitación y el miedo, estaba totalmente paralizado sin saber cómo reaccionar, hasta que notó al dios a su espalda bajando la cremallera de su disfraz, lentamente; no pudo sinó esbozar una sonrisa, satisfecho.
Sin embargo, algo perturbó su excitación. Un ruido.
- ¿Has oído eso?- preguntó a su acompañante, intentando girarse para ver algo en la habitación. Pero el otro no le dejaba moverse, ni siquiera parecía haberle oído.
Dejándole únicamente con su cabeza de oso, comienza a darle pequeños y sensuales besos en el cuello, la nuca, a mordisquearle la oreja, mientras lo rodea con una mano y le pellizca un pezón. Sin cesar en su oleada de besos, lametones y mordiscos, baja por su espalda y el simple roce de sus labios hace que Guille se desespere y desee más. Raúl se acerca peligrosamente a su culo, lo agarra con una mano y aprieta, le da un pequeño mordisco y un sutil cachete en una nalga, advirtiendo que eso iba a ser apenas el principio.
Guille no puede reprimir un gemido y es entonces cuando Raúl lo agarra de la mano, obligándolo a subirse a la cama... a cuatro patas. Con una mano enérgica hace que apoye su cabeza en el colchón, de manera que puede ver su ano por completo. Guille comienza a sentirse cada vez más excitado, sobretodo al notar los lametones que su dios egipcio le está dando y los círculos que está dibujando alrededor de su pequeño agujero, mojándolo por completo. Raúl le escupe en el ano para empaparlo más y decide que ya está preparado para introducirle un dedo. Guille gime de placer, momento que él aprovecha para meterle dos, tres y hasta un cuarto dedo, haciéndolo gritar. Cuando apenas lleva unos segundos masturbándole analmente, repentinamente para y se aleja. Guille no se atreve a levantarse y se queda allí quieto, a la espera de que su dios hiciera con él lo que quisiera.
Es entonces cuando ve cómo saca un preservativo escondido en el pliegue de su calzoncillo, se quita la prenda y se coloca el condón. A través de los agujeros de los ojos de la cabeza de su disfraz la visión de su compañero es brutal, bestial, feroz... y vio cómo se acercaba.
Raúl lo penetra de un sólo empujón y repite un par de veces más, entrando hasta el fondo y sacándola toda fuera, despacio, para que el ano de su oso se adaptara al tamaño de su pene, pero a partir de ahí es todo violento y rápido. Resultaba tan excitante el ruido de ambos cuerpos chocando, de los cachetes que le daba de vez en cuando, que Guille estaba completamente erecto ya, y se desesperaba cuando su dios cambiaba de ritmo, a movimientos y empujones lentos, haciendo que necesitara más de él.
Así es como Guille decide entrar en acción y se aparta, arrodillándose en el suelo delante de Raúl y quitándole el condón. Se quita, además, la capucha del disfraz y se lame la mano, mirando a su compañero a los ojos con una mirada picantona, mientras el otro estaba totalmente sorprendido e intrigado. Le agarra el pene y comienza a masajearlo lentamente. Para y lo lame desde la base hasta la punta para continuar metiéndosela en la boca, primero sólo la puntita, apretando con los labios y haciendo circulitos con la lengua mientras se la mete y la saca. Después, poco a poco, se la introduce toda entera en la boca. Le da una ligera arcada por el tamaño pero aún así lo repite una, dos veces. En un momento dado tiene que parar para escupir la saliva que se le acumulaba en la boca, pero vuelve a metérsela. Raúl sólo era capaz de gemir del placer que estaba sintiendo; y Guille nota cómo se estremece.
El dios lo agarra de la cabeza y lo penetra hasta la garganta, moviéndose él, follándole la boca, fuerte, rápido. De repente para y pone de pie a Guille, haciendo que se apoye en la cama con las manos. Entonces, Anubis se toca con la mano, da las últimas caricias a su pene erecto, rozándole la punta de su polla con el agujero del ano de Guille. Adivinando lo que venía a continuación, éste agarra también su miembro y comienza a frotarse. Fue en ese momento cuando siente que el dios se corre en la superficie de su culo, su polla palpitando y llenándolo.
Pero ninguno deseaba que esto terminara hasta que no se corrieran los dos, así que Raúl insta a Guille a tumbarse en la cama, acostándose éste a su lado. Comienza a acariciarlo por las piernas hasta llegar a los testículos y subir hasta la punta de su pene. Lo agarra con la mano y baja hasta la base, empezando a hacerle una paja tranquilamente, de forma lenta. Entonces le da la vuelta hasta que se pone de lado y abrazándolo desde atrás se coloca en posición "cuchara"; acerca su miembro a las nalgas de su compañero y lo penetra, resultándole muy fácil porque ahí estaba su corrida de hacía un momento. Guille, casi al límite, le agarra una nalga apretándolo más hacia sí mismo. Siente cómo entra y sale y aprieta su esfínter. El dios a la par que daba embestidas, alarga el brazo y empieza a masturbar a Guille.
Ninguno podía más, iban a explotar de placer. Cuando los dos estaban en el límite, Raúl salió de él y se colocó encima de las piernas de Guille, tocándose sin parar, frenéticamente. Éste comprende lo que está a punto de ocurrir y lo imita, sin poder reprimir una sonrisa de satisfacción; por la imagen de su compañero encima dándose placer, por el cómo se habían conocido y todo lo que habían disfrutado el uno del otro.
Ambos se corrieron sobre el ombligo de Guille, a la vez.
 ***
K no podía evitar mirar atónito el panorama a su alrededor, nunca se había sentido tan fuera de lugar. Mientras se paseaba por la casa, sin saber muy bien qué hacer o dónde pararse, imaginaba cómo sería la vida de las personas a las que se cruzaba: "¿qué clase de empleo tendrán estos tipos?". Entonces pensó en Guille, que era la persona más corriente del mundo, sin ninguna afición o gusto fuera de lo común, no era un chico que llamara la atención realmente por ninguna actitud o comportamiento, de hecho, él mismo tardó en darse cuenta de que su amigo era homosexual; por eso cuando les comentó que quería venir a un sitio así, K se sorprendió y no supo cómo reaccionar. Pensó en Guille, en la vida tan corriente que tenía, y decidió darles un voto de confianza a las personas disfrazadas que lo rodeaban. También se preguntó sobre los gustos ocultos y perversiones del resto de sus amigos, qué tipo de "cosas raras" deben callarse los demás para no ser tratados como "raritos" y qué clase de prácticas sexuales poco convencionales harían en su intimidad.
Sin embargo, le estaba resultando realmente complicado mostrarse más tolerante y no tomarse la situación a risa cuando no dejaba de cruzarse con furros con tres penes, cuatro tetas o colas de lagarto; eso por no mencionar la cantidad de personajes que harían que Walt Disney quisiera morir una y otra vez. "Menuda cantidad de niños y niñas traumados", pensó.
Decidió que si tenía que estar horas y horas ahí metido, necesitaba empezar a beber ya, y buscó la cocina. Cuando entró no pudo esconder la sonrisa que dibujaron sus labios al ver, en la mesa que había en el centro de la estancia, a Brian Griffin, Goofy, Pongo, Golfo, Nevado y Pulgoso fumando porros mientras jugaban al póker.
Se dirigió directamente a la nevera y cogió una cerveza. Al cerrar la puerta, se topó con un licántropo apoyado en la pared, mirándolo. Después del susto, no pudo reprimir una mirada de arriba abajo y pensar que probablemente se trataba del maquillaje y disfraz más logrado; cuando de pronto, al volver la vista a la cara de su acompañante, vio una especie de (no estaba seguro) expresión de deseo.
- Esto sí que no- y se fue.
 ***
Alma, realmente cabreada, decidió esconderse en algún sitio tranquilo, después de fracasar en el intento de encontrar a sus amigos. Abrió la primera puerta del pasillo y se encontró a Tigresa y Lola Bunny pasándoselo bien en lo que parecía una cama de agua. Perpleja, volvió a darles intimidad y continuó buscando. Se agachó y vio, por debajo de las puertas, que únicamente una habitación parecía estar a oscuras, y le pareció lógico pensar que allí no habría nadie "ocupado".
Al abrir se encontró en un cuarto de baño iluminado con unas pocas velas casi derretidas, colocadas en la bañera, y frente al váter, K sentado jugaba a encestar bolas de papel higiénico.
- ¿No es irónico?- dijo él mientras su amiga cerraba la puerta y se sentaba a su lado. Ella sonrió al acordarse de cómo, antes de llegar, K mencionaba un baño de espuma con velas como una fantasía de "gente normal"- ¿De qué estás huyendo?- preguntó.
+ De dos monos sadomasoquistas de El Planeta de los Simios- respondió Alma- ¿Tú?- Él le lanzó una mirada inquisitiva que, a pesar de ello, a Alma no le costó entender que se trataba de una búsqueda de complicidad en los ojos de ella.
En ese mismo instante, una especie de peluche enorme que no lograron identificar entró abruptamente y se dirigió con prisa hacia el váter, haciendo ruidos extraños, para terminar arrodillándose en el suelo y vomitar probablemente más alcohol del que nadie pudiera ingerir.
+ ¿Nos vam...?- dijo Alma.
- Sí- respondió rotundamente K, sin dejarle terminar la frase, mientras se levantaba para salir de allí.
Cuando ambos estaban ya fuera, y ella cerraba la puerta para que su intruso tuviera intimidad, se toparon de frente con las inquilinas de la habitación con la cama de agua, que salían agarradas de la mano, lanzándose miradas de satisfacción y deseo. K, con un gesto con la cabeza, le propuso entrar en esa estancia, ya que acababa de quedarse vacía.
Entraron fijándose en todos los rincones del lugar, que parecía decorado para grabar allí dentro una escena de una película porno cualquiera: paredes rojas, sábanas de seda negra, un espejo en el techo... Alma le lanzó una mirada juguetona que hizo que él se pusiera nervioso y no supiera hacia dónde mirar. Ella se rió y fue al balcón, caminando lentamente, sin querer perderse cada pequeño detalle de esa particular decoración.
K miraba embobado cómo se tambaleaban las caderas gordas y peludas de su amiga, y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al pensar lo ridículos que estaban todavía con sus disfraces. La siguió fuera.
Desde allí arriba se veía la piscina y el ambiente de degeneración que K vio, hizo que se sintiera todavía más incómodo. Alma, en cambio, miraba divertida cuando, de repente, oyeron abrirse la puerta de la habitación. Alguien entraba. Y sin entender por qué, vio cómo su amigo reaccionaba cerrando la puerta corredera del balcón de golpe.
+ ¡¿Qué haces?!- le gritó medio en susurros, para que quien estuviese ahora dentro, no la oyera.
- ¡No lo sé, me he asustado!- contestó él, avergonzado a la par que molesto.
+ Ah... pues muy inteligente por tu parte, ahora estamos encerrados en un puto balcón.- Exhaló aire, lenta y sonoramente, haciendo ver lo cabreada que estaba.- ¿Y quién hay?- preguntó.
- Hm... parecen... un oso y una especie de perro egipcio- dijo, mirando a través del cristal, intentando ver entre las cortinas lo que sucedía dentro.
+ ¿Anubis, el dios egipcio de la muerte?- comentó ella, mientras se acercaba curiosa para ver también. Ambos intercambiaban miradas intentando contener la risa y, cuando la situación en la habitación comenzó a ponerse caliente, decidieron apartarse y dejar de observar.
+ Maldito disfraz...- dijo Alma, rompiendo el silencio.
- ¿Cómo has dicho?- preguntó él, irónico.
+ Hace calor- fue lo único que pudo responder ella.
- Sí, hace rato que deberíamos habernos quitado esta mierda.- La miró, esperando que empezara a desvestirse, pero ni se movió. Así que agarró la cremallera de su traje de ardilla y se lo quitó, pretendiendo que ella se sintiera cómoda para hacer lo mismo.
K llevaba una vieja camiseta desgastada, su bañador de siempre y unos calcetines negros. A Alma le pareció una imagen bastante cómica, y aún así pensó que era la vez que más sexy había visto a su amigo. Entonces, en su cara vio que estaba esperando algo.
+ No puedo- y negó con la cabeza.
- ¿No decías que tenías calor?
+ No puedo, ¿vale?- respondió ella molesta por la insistencia de él, y avergonzada a la vez. Cuando vio que su amiga se ruborizaba, dijo atónito:
- ¡No llevas nada debajo!
Y ella, cabreada, sin dejar de mirarlo a los ojos, deslizó su cremallera hacia abajo y se quitó el peludo disfraz. Apenas llevaba puestas unas braguitas y un sujetador blanco. K no sabía cómo reaccionar; la situación en sí había hecho que se sintiera muy excitado y no podía apartar la vista del cuerpo de su amiga. Y ella, al ver la expresión en el rostro de él, se sintió cómoda y juguetona.
+ ¿No llevas nada debajo?- preguntó burlona, mientras señalaba el bañador de su amigo.
K esbozó esa media sonrisa, curvada hacia un lado, que a Alma tan atractiva le parecía, y se quitó la camiseta y los calcetines, quedándose únicamente con el pantalón.
- No, no llevo nada.
Ella dio un paso hacia él para sentirlo un poco más cerca, y se bajó un tirante del sujetador, para continuar haciendo lo mismo con el otro; se lo desabrochó por detrás y lo tiró al suelo, dejando sus preciosos pechos desnudos.
K se quedó totalmente paralizado, no sabía cómo reaccionar. Quería irse de aquel lugar desde antes, incluso, de haber entrado; la gente que lo rodeaba lo hacía sentir realmente incómodo. Pero en ese instante, prácticamente recluidos en ese balcón, con la música a todo volumen y los gritos y gemidos de las personas que estaban pasándoselo bien ahí abajo... teniendo a Alma delante casi desnuda, mientras lo recorría de arriba abajo con esa mirada juguetona tan suya... realmente llegó a sentirse muy excitado.
Entonces, los ojos de ella se clavaron en su paquete y vio que su amigo estaba poniéndose duro, así que decidió entrar en acción. Acortó el poco espacio que quedaba todavía entre ellos, parándose justo delante de él, muy cerca, pero sin llegar siquiera a rozarle los labios, y le medio sonrió antes de agacharse y terminar de rodillas ante su entrepierna. Bajó su bañador lentamente hasta dejar todo su cuerpo visible. Y lo vio. Vio su pene y lo grande y duro que estaba; se le escapó un pequeño gemido de sorpresa y excitación.
Él sintió el ligero toque de Alma en su miembro, que no fue más que un leve roce tierno de su nariz en la punta de su pene pero que, aun así, hizo que se estremeciera. Comenzó a sentirse muy frustrado, no podía evitar querer más de ella, la deseaba como nunca hubiera imaginado. Era el lugar menos idóneo, el momento más inoportuno, pero era Ella, al fin y al cabo.
Con el primer roce de sus labios en su polla, no pudo resistirlo más y la obligó a levantarse, le quitó con desesperación las bragas y la empotró contra la baradilla del balcón. Comenzó a besarla, sus lenguas se entrelazaban y a él le encantaba su sabor. La anhelaba entera; la atraía hacia él y disfrutaba apretándola contra su cuerpo y cómo ella sutilmente se rozaba contra él.
Alma quería sentirlo dentro por sobre todas las cosas, y abrió más sus piernas invitándole a entrar. K agarró su pierna izquierda y la levantó hasta su cadera, mientras ella aprovechó para meter el pene de él dentro de ella. Ambos gimieron de placer.
En ese mismo instante todo pareció detenerse en el jardín de abajo. Todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se concentraron justo bajo el balcón en el que estaban Alma y K follando descontroladamente. Unos, con las manos bajo los disfraces, comenzaron a acariciarse; otros terminaron tocando y besando al monstruito que tenían al lado, sin poder evitar continuar mirando de reojo la escena que tenían sobre sus cabezas.
K salía totalmente de su amiga para volver a entrar de una embestida. Ella estaba muy mojada y sabía que no tardaría mucho en llegar al orgasmo, así que lo abrazó con las piernas, enroscándose totalmente alrededor de él y, apenas apoyada en la barandilla y sujetada por los brazos de él, dejó caer su cuerpo hacia atrás. Y así, en esa postura, mientras sentía el aire cargado de la noche sobre todo su cuerpo, Alma se corrió mientras K la follaba salvajemente.
Él, casi asustado por lo que acababa de hacer ella, y extrañamente más caliente de lo que podía estar, apretó su cuerpo todo lo que pudo al de su compañera y se dejó ir.
Ambos se dejaron caer sobre el suelo, exhaustos, ante los aplausos, gemidos y cuerpos chocando sudorosos en el piso de abajo. 

sábado, 17 de mayo de 2014

Quiero hacerlo aquí


           Adoraba esa forma que tenía de mirarme, como si me estuviera diciendo todo lo que sentía por mí sin decir ni una palabra, sin abrir la boca, simplemente posando sus ojos en mí. Siempre me decía cuánto me quería pero, incluso cuando no lo hacía, yo lo sabía. Era tan dulce conmigo... Pero ahora no quería eso. No quería dulzura, no quería ternura ni amor. Lo tenía ahí, sentado a mi lado, mirándome y hablando de cosas banales, y no podía dejar de pensar en la posibilidad de que me llevara a los servicios del local y me arrinconara contra la pared, que me besara apasionadamente y lo hiciéramos allí mismo, mientras afuera el bar estaba plagado de gente.
Pero eso no iba a pasar nunca, se pondría demasiado incómodo pensando que alguien pudiese suponer lo que iríamos a hacer mientras vamos hacia el servicio, o adivinar lo que hemos hecho una vez saliéramos. Así que si quería dar rienda suelta a mi fantasía, tendría que ser yo la que diera el primer paso.
Al principio pensé en lo típico: acercarme más a él, miradas juguetonas, alguna caricia... pero sabía que terminaría por imaginarse lo que quería y se negaría a hacer nada allí. Decidí ser más astuta y pedirle que me acompañara hasta la puerta del servicio porque me estaba empezando a marear y no me encontraba bien.
Él, preocupado por un malestar tan repentino, accedió a acompañarme y, una vez allí, abrí la puerta y lo empujé hacia adentro. Cerré la puerta, eché el pestillo y me giré para ver cuál era su reacción. Parecía que intentaba asimilar lo que había pasado, pero no estaba enfadado así que continué. Con una mirada picantona fui acercándome a él, despacio, mientras me quitaba la camiseta. Me sonrió y me dijo que estaba loca, entonces rodeé su cuello con mis brazos y lo besé dulcemente.
- Quiero hacerlo aquí -le dije susurrándole al oído. Vi las dudas reflejadas en su cara, sus ojos perdidos en un punto concreto en el vacío. Me embargó la desilusión, podía continuar intentándolo pero lo conocía perfectamente como para saber que desde el segundo uno en el que decidí dar rienda suelta a mi fantasía, se negaría, así que recogí mi camiseta del suelo, me la puse y me dirigí a la puerta.
¿Por qué lo he intentado, entonces? Porque lo amo. Porque a pesar de los años, me sigue atrayendo y volviendo loca como el primer día. Y sé que el momento en el que deje de intentarlo, todo habrá terminado...
                                                                   ***
- Quiero hacerlo aquí -me dijo susurrándome al oído. Me bloqueé por completo, no supe qué hacer ni qué decir.

Siempre reaccionaba así cuando ella se me insinuaba en lugares públicos, pero es que realmente es algo que no me llama nada la atención, no me excita ni me da el morbo que parece darle a todo el mundo el hecho de que te puedan pillar in fraganti. Pero tenía miedo de que llegara un día en que ella se acostumbrara a que me aparte o le diga siempre que no, y no podría culparle si dejaba de intentarlo. Además era Ella. La mujer que me conquistó con esa sonrisa dulce y traviesa, con esa forma de mirarme, adorable y misteriosa, encantadora y penetrante, tan infantil y “para adultos” a la vez. Le bastaba con acercarse y susurrarme algo al oído para excitarme.

Y la tenía ahí delante, de espaldas poniéndose la camiseta que había recogido del suelo, y bastó esa imagen para olvidar el hilo de mis pensamientos. Me volvía loco su cuerpo, cada centímetro de su piel... tan suave, su culo perfecto, sus piernas.

Me acerqué a ella, posé mis manos en su cintura para que se diera la vuelta despacio y la abracé. El bulto en mi entrepierna cada vez era mayor, la deseaba y quería darle lo que sabía que ella también deseaba. Levantó la cabeza y me miró sorprendida. La abracé con más fuerza, pegando sus caderas a la mía, y la besé apasionadamente. La mezcla de sensaciones entre la excitación y el miedo a ser descubiertos, me ponía cada vez más nervioso y sólo podía pensar en sentir sus piernas rodeándome. Bajé mis manos hasta sus piernas, metiéndolas por debajo de su falda hasta su culo. La alcé y la cogí en brazos para dejarla sobre el lavabo. No podía dejar de besarla y la presión de nuestras caderas me volvía loco. Deshice nuestro abrazo y, sin dejar de mirarle a los ojos, vi cómo me observaba atónita mientras yo bajaba y me ponía de rodillas en el suelo. Aparté sus braguitas y la besé. Apoyó sus manos en el lavabo y se deslizó un poco hacia delante, invitándome a empezar a jugar.

Se estremeció al sentir el primer roce de la punta de mi lengua en su clítoris. Adoraba su olor y disfrutaba tanto con su sabor, y notando cómo esos pequeños espasmos eran cada vez más intensos, comenzó a dolerme la presión de mi pene en los vaqueros. Me cogió la cabeza con las manos y enredó mi pelo entre sus dedos, pidiéndome más, rogándome que no me detuviera. Noté que se estaba acercando rápidamente el final y por un segundo sentí alivio, pensé que había sido perfecto, que no habíamos estado mucho tiempo encerrados ahí dentro y que, con un poco de suerte, nadie se habría dado cuenta de nada y saldríamos tranquilos del servicio para volver a nuestra mesa en el bar. Pero la deseaba y necesitaba sentir más. De mi garganta surgió un gemido y me aparté de ella, para acto seguido levantarme, desabrocharme los vaqueros, sacarla y penetrarla. Sentí la mezcla de emociones que la invadían: frustración por no haber terminado, un leve cabreo porque yo era el responsable de eso, sorpresa porque no se esperaba lo que hice, y alegría porque el motivo de que hubiera parado no tenía nada que ver con que yo quisiera salir de allí.

De algún modo, saber que no dejaba de estar sorprendida por cómo me estaba comportando, me hacía sentir bien y me ponía todavía más duro. Levanté aún más sus caderas para hundirme más en ella y jadeó al tiempo que me agarraba de las nalgas y me atraía para sí. Las embestidas eran cada vez más rápidas y crueles; ambos estábamos casi en el límite.

                                                                     ***

Me sentía explotar de excitación. Nunca se había comportado así, fuera de casa era mimoso y tierno, sí, pero no apasionado y sexual, y desde luego siempre me había hecho ver que rechazaba la idea de hacer realidad esta fantasía mía. Y ahora lo tenía aquí, no sólo haciéndolo sino también disfrutando.

Levantó aún más mis caderas y noté cómo su pene se hundía más en mí. Me encantaba sentirlo tan duro dentro. Cada vez que salía y entraba de nuevo, se aceleraban mis espasmos y mis gemidos eran tan escandalosos que tuvo que taparme la boca con la mano. Ese gesto hizo que no pudiera aguantarlo más y entre jadeos ahogados, me corrí.

Él sonría mientras exhalaba aire, fatigado por la brusquedad de sus movimientos, pero no se detuvo. Posé mis manos en su pecho y empecé a separarlo de mí; sus embestidas eran cada vez más débiles y me miró sin comprender, hasta que salió de dentro de mí. Yo me bajé del lavabo y fui a ponerme mi camiseta. Entonces me dirigí a la puerta y abrí el pestillo.

Nervioso, se la metió otra vez dentro de los pantalones y me miró como queriéndome preguntar qué pasaba, sin entender nada. Abrí la puerta y salimos.

- ¿Y ahora qué hacemos?-dijo.
- No sé... ¿Te apetece tomar algo en otro sitio?

Le lancé una mirada juguetona y ambos estallamos en carcajadas. Me abrazó y salimos del bar.

- Eres un bicho travieso.

- TE AMO.